La azarosa historia de Rogelio Verdín, un migrante que cumplió el sueño americano

28 agosto, 201910:17 pmAutor: Oralia Guzmán MendozaCapital Cultura Municipios Noticias

El paisano Rogelio Verdín Puente, originario de la comunidad Las Negritas, de Guadalcázar, falleció en un accidente de trabajo en Anderson, Indiana, Estados Unidos, el 19 de mayo reciente. Su cuerpo llegó al terruño 37 días después por trámites dilatados en su carta de defunción. En una ceremonia fúnebre inédita, fue enterrado junto con su entrañable camioneta azul Chevrolet 1962, que tanto cuidó y sólo manejó cuando regresaba al rancho. La familia le cumplió el último deseo a un personaje voluntarioso que se convirtió en un micro empresario. Durante 22 años fue propietario y operador de Verdín Landscaping. Nunca olvidó sus raíces. Fue generoso y solidario con sus compañeros de tribulaciones y labores.

Verdín, como miles de mexicanos, partió muy joven a Estados Unidos. Siguió el ejemplo de coterráneos que empujados por la falta de oportunidades en el árido altiplano, apenas concluyen la secundaria o preparatoria y se aventuran irse para “al otro lado”. Sus metas de mejorar las condiciones de vida de la familia, fueron las que lo empujaron a arriesgarse en una aventura incierta que solo para unos cuantos resulta exitosa. Se marchó invitado por su tío político, Ernesto Medina, oriundo de Cerritos, amante de las décimas y valonas, que trabajó y se quedó a radicar en Chicago. El pariente, en sus visitas, los animaba a irse y seguir sus pasos. El primer empleo de Verdín fue en un hospital.

Después de algunas chambas esporádicas, decidió laborar en la yarda o como cortador de césped. Le daba mantenimiento a los jardines de casas particulares y pequeños negocios. Viajó a Indiana donde se estableció y con los ahorros que apretó, compró las herramientas básicas. Empezó a tocar puertas y ofrecía sus servicios. Con el tiempo sumó a uno o dos paisanos que llegaban de San Luis o de otras partes de México en busca de mejores horizontes. Con el tesón que lo caracterizó, hizo crecer su micro negocio. Apenas corrían los primeros años de la alternancia política en México y Verdín ya contaba con dos camionetas, dos trailas y un pequeño tractor. Su equipo lo integró con un primo hermano, un amigo de su lugar natal y dos hermanos de otra comunidad de Guadalcázar, a los que solidario, les prestó y envío 2 mil dólares para que completaran el pago del “coyote” que los pasaría al norte.

Los alojó en un local que tenía junto a su casa, por la que solo le pagaban una cuota simbólica que utilizó para cubrir los servicios básicos. Verdín y sus ayudantes, en una jornada diaria, cortaban el pasto y daban mantenimiento a los jardines de 15 ó 18 viviendas, trabajaban sin descanso pues los fines de semana podaban más de una hectárea de una tienda Walmart, un centro comercial más pequeño o se iban a arreglar los amplios ranchos a las orillas del condado de Anderson, donde se estableció en forma definitiva. Inquieto, decidió al mismo tiempo probar suerte con la venta de tacos que realizaba en la cochera de su casa, tarea en la que empleaba también a algunos de sus colaboradores. Generoso con sus connacionales, Verdín no era diferente con su familia, en especial su madre, María Puente y dos hermanas que la cuidaban en Las Negritas.

Se encargaba de que no les faltara dinero para cubrir las necesidades básicas. Remodeló y amplió la casa materna, a la que le adicionó una palapa y alberca. En sus visitas esporádicas, dos o tres veces al año, la llenaba con pipas de agua que compraba o traía en persona de Tula, Tamaulipas, que se ubica a varios kilómetros de distancia. Le compró a su madre un carro de medio uso, para que la trasladaran en sus visitas al doctor, sin contratiempos. En la lejana comunidad que habita, no existe transporte público. Hay que caminar un largo trayecto de terracería para llegar a la clínica rural. Le llamaba diario por teléfono a su progenitora antes de partir al trabajo. En su cumpleaños, la consentía con obsequios que le enviaba exprofeso con amigos o familiares. Una vez le regaló un tractor para las labores del campo. Verdín contaba que ya viejo, tenía la ilusión de regresar al terruño. Invertía sus ahorros en tener las comodidades que careció de chico. Sus padres, Moisés y María, con las siembras de temporal y lo que obtenían de un pequeño molino de nixtamal, que aún funciona con equipo más moderno, sacaron adelante a los 6 hermanos.

|                Verdín siempre le dio un trato amable a sus vecinos y amigos de infancia. En sus viajes a Las Negritas, los ocupaba para que lo apoyaran en tareas de limpieza, albañilería o corte de leña. Los retribuía con un pago generoso. En ocasiones con favores o préstamos que nunca cobraba. Cuando se supo la noticia de que había fallecido, a la casa familiar empezaron a llegar múltiples muestras de apoyo y condolencias para su madre y hermanos. Se reflejaron en el concurrido y peculiar funeral. Sus restos tardaron en llegar cinco semanas El avión partió de Anderson, Indiana a México, de donde una carroza lo trasladó al domicilio. Su cuerpo llegó el 23 de junio por la tarde. En la casa se había montado una capilla y lo esperaban impacientes, familiares, amigos y vecinos.

eeededededeLo velaron toda la noche, con rezos y cánticos, mientras en el patio y afuera del hogar, pequeños grupos platicaban anécdotas en medio de sorbos de café y vino que se reparten en los velorios de las comunidades rurales. En el cementerio, junto a la tumba de su padre Moisés Verdín y otros familiares, construyeron con su retro excavadora, tres paredes de un cuarto, en una especie de sótano. Además una rampa de tierra para que entrara su camioneta “La Chola”, que dejó en el rancho. La usó para recorrer las calles y caminos del pueblo. El ataúd fue colocado en la parte trasera del vehículo. Antes de salir rumbo al camposanto, familiares y amigos lo cargaron por diversos sitios de la casa, seguidos de los músicos que entonaron sus canciones favoritas.

Después de la ceremonia religiosa, en la iglesia se repitió el mismo ritual en la plaza y lugares de la comunidad que frecuentó en vida. Después emprendió el camino rumbo al panteón. Su esposa Joann Guillén, en un mensaje que publicó en las redes sociales, describió a su cónyuge como un padre noble que odiaba lo simple y aburrido. Con su singular lenguaje mexicoamericano, describe el extraordinario entierro. “Fue una semana increíble. Tantos bajos en las últimas semanas, todo lo que lleva a nuestro objetivo final de poner a mi marido a descansar. Enterramos a Roger el lunes 24 de junio, después de 37 días que falleció. A veces, pensé que nunca íbamos a llegar. Por fortuna, he completado mi promesa. Su entierro fue increíble. Nunca he experimentado un funeral igual, no tengo palabras para describirlo y nada de lo que he visto se puede comparar. Lentamente lo llevamos alrededor de su ciudad natal y se detuvo en sus lugares predilectos, mientras los músicos caminaban a su lado cantando sus canciones favoritas”.

“Incluso le crearon una canción especial. Llegamos a la iglesia y rezamos. Entonces comenzamos el último paseo hacia el cementerio. Sus amigos se llevaron el ataúd de casi 400 libras en los hombros por unos 3 kilómetros. Ha sido la tradición desde hace años y años. Me gusta decir que es su trabajo de amor. Su último favor a su viejo amigo. Se derramó un montón de lágrimas. Fue enterrado en la cama de su camión favorito. Se construyó una tumba que era lo suficientemente grande para su camión. Fue sellado en el lugar. Tengo que decir, al ver a todos estos hombres unidos para construir el muro de hormigón que selló la tumba, que fue sorprendente. Quedó completamente sellado alrededor de 45 minutos después de que fue colocado. Todos salieron en el calor ardiente para despedirlo. Bueno, nada fue simple o aburrido. Estar ahí, rodeado de personas que lo amaban tanto como nosotros, ha sido tan reconfortante. Nuestra familia ha sido más que increíble para nosotros. No puedo agradecerles lo suficiente por todo lo que hicieron”.

 

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