Hasta dónde alcanzará

28 febrero, 20232:51 amAutor: Agustín de la Rosa CharcasNoticias Opinion

Corrían en nuestra república, los tiempos en los que desde el poder, advertían prepararnos para administrar la abundancia. Fueron épocas de la frivolidad y la corrupción del Tlatoani todo poderoso que nos señalaba que nadábamos en petróleo y que los bienes sirven para remediar los males. Se tomó la estúpida decisión de petrolizar la economía del país. En 1982, es cuando se dan los pasos desde el partido único, el PRI, para profundizar el neoliberalismo. Desde entonces, en el debate político, desde el Partido Mexicano de los Trabajadores, el científico Heberto Castillo, señalaba al PAN, como la derecha romántica. Sostenía, el PAN se encargaba de proponer y el PRI desde el mando, disponer. En efecto, cada vez la derecha en el poder y como opositores, defienden los mismos proyectos de nación en materia económica y en el entreguismo de la soberanía nacional al imperio yanqui.

El ideólogo para que se profundizara el modelo neoliberal en México, fue Carlos Salinas de Gortari. Es lo que dio la pauta a la rebelión de un importante número de militantes del PRI, encabezados por Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano y Porfirio Muñoz Ledo, provocaron la mayor ruptura del partido de estado en toda su longeva vida. Cárdenas es el candidato a la presidencia por el Frente Democrático Nacional en 1988 y logra una insurrección cívica nacional que hace posible la derrota, al hasta entonces, invencible aparato de estado. Su triunfo no fue reconocido y fue impuesto de forma fraudulenta Salinas. La derecha y la oligarquía nacional y transnacional se asustaron ante el decidido empuje del pueblo para terminar con la hegemonía por décadas de un solo partido en el poder.

Salinas entendió el mensaje del rechazo. Pero también reafirmó su ideología de poner las riquezas de la república a favor de la oligarquía. La derecha, desde entonces, cerró filas en su propósito de evitar que las fuerzas progresistas llegaran al mando. Sin pudor, se mostraron como una sola fuerza política que defendía los intereses de los ricos. No del pueblo trabajador. La única diferencia lo constituían los colores de las franquicias partidarias. Salinas lanzó una agresiva ofensiva mediática para engañar a la gente, al asegurar que iba a combatir la corrupción y la impunidad, al meter a la cárcel al líder petrolero Joaquín Hernández Galicia, “La Quina”. También ordenó defenestrar al poderoso líder sindical charro del magisterio, Carlos Jonguitud Barrios. Creó el Programa Nacional de Solidaridad, para favorecer a los sectores con mayores índices de pobreza extrema. Fue un ente clientelar, de una eficacia política notoria que fortaleció la capacidad de mover a los grupos débiles para fines electoreros del PRI. Nunca buscaron estructuras que cambiaran el injusto reparto de la riqueza, sólo profundizar la desigualdad social.

El saqueo a la nación con Salinas se profundizó. La oligarquía nacional recibió del usurpador, su recompensa por el apoyo decidido, al ser beneficiada con las desincorporaciones de las empresas más rentables que se tenían como Telmex, Televisión Azteca, siderurgias, astilleros, las privatizaciones de tierras ejidales En 1988, en la revista Forbes, solo aparecían los Garza Sada con una fortuna de 2 mil millones de dólares. Al salir Salinas, ya figuraban otros 24 nombres que poseían 44 mil millones de dólares, hombres y mujeres que fueron beneficiados con los activos del país. El descalabro electoral de 1988, el PRI de Salinas lo revirtió en 1991, al obtener una copiosa votación que le permitió pasar de 262 diputados a 320 y la izquierda perdió terreno al pasar de 137 diputados en 1988 a 91. La derecha (PRI y PAN) contaba en 1991 con 400 de los 500 diputados, es decir, tenían el control político de las cámaras, lo que les permitió reformar el marco jurídico, para que sirviera al proyecto neoliberal en marcha.

Las corruptelas y la impunidad le ayudaron a Salinas retener la presidencia una década más y entregar el poder sin mayores problemas a su siamés, representado por el PAN en el 2000. El mismo modelo político y económico siguió vigente desde la cúpula. El PAN no entendió que estaba muy desgastado y que paso a paso, perdió el apoyo popular. Lo que se demostró de manera clara en el 2006, cuando las fuerzas progresistas ganaron de nuevo la presidencia, ahora encabezadas por Andrés Manuel López Obrador. Pero la derecha, como lo hiciera en 1988, burló la voluntad expresada en las urnas. Le allanó el camino al usurpador panista Felipe Calderón. Las corruptelas, la impunidad y el infierno de la violencia, se instauraron con mayor fuerza que sus antecesores, lo que provocó un aumento en el malestar social en contra de las políticas retrógradas. La derecha perdió la presidencia, pero conservó la mayoría calificada en las cámaras.

AMLO iba a estar acotado y supeditado a los intereses de los conservadores. Los relevos de la derecha les funcionó otra vez en el 2012, al imponer con dinero y los poderes fácticos, al candidato del PRI, Enrique Peña Nieto, un mediocre e inculto híper corrupto. Con el control de la mayoría calificada en las cámaras, el PRI, PAN y el PRD, impulsaron las reformas estructurales lesivas que llamaron “Pacto por México”. El deterioro de la derecha en los siguientes 6 años de gobierno fue brutal. El malestar social creció a límites no vistos en muchas décadas. Fueron cuatro décadas de neoliberalismo salvaje, que saqueó las riquezas, empobreció a la mayoría del pueblo. Se crearon las condiciones para la insurrección cívica que los botó en el 2018.

El primero de julio, el pueblo de México decidió de manera pacífica, quitarle a la derecha el control en la presidencia de la república, también en las cámaras de diputados y senadores. Por primera vez, el PRI y el PAN, se derrumbaron en el poder legislativo. Morena no obtuvo siquiera la mayoría simple, la logró con los partidos aliados. La mayoría calificada con los mercenarios del Verde Ecologista y la mafia de los Gallardo, que alcanzó a sangrar con nueve diputados federales al casi inexistente PRD.

En las elecciones intermedias del 2021, Morena y sus cómplices, lo más podrido de los partidos políticos, el Verde y los Gallardo, perdieron 30 diputados, respecto al 2018. Consiguieron tener la mayoría simple, pero no la calificada. El movimiento político en el poder se ha basado en la figura de AMLO. Lo que se ha sostenido es gracias a la fuerte presencia del mandatario en amplias franjas de la sociedad. Pero también se ha consolidado una cultura política, que ha generado un fracaso en quienes la han practicado. Nadie puede negar que Morena es ahora un partido de estado, donde las corruptelas han ganado terreno de manera escandalosa. Basta mirar los rostros de quienes impusieron en la estructura partidaria y los diversos candidatos, sobresalen corruptos personajes con trayectorias priistas, panistas y de mafias cómo los Gallardo en San Luis Potosí. Muy pronto se le perdió la confianza a la doctrina de la congruencia y de los principios. Se ha puesto el futuro en las estructuras corporativas que representan la Secretaria del Bienestar y los gobiernos con que se cuenta. Se olvidaron muy pronto que el pueblo decidió en total libertad, ubicar al movimiento en el poder y quitárselo a quienes abusaron de la confianza popular durante más de cuatro décadas. Ignoran que no hubo poder corporativo ni económico que doblegara la decisión del cambio.

Hacer de Morena un partido de estado, es un error garrafal. Pisotear los documentos básicos es un acto de alta traición a los anhelos democráticos. Aliarse con corruptos, como los Gallardo, para conseguir el poder por el poder, es la vulgaridad política contra la que se supone, era la lucha. El camino que se observa, es el que diseñó Salinas, ya sabemos lo que ha pasado. Su estrategia le alcanzó para imponer el modelo neoliberal durante cuatro décadas. No se podrán revertir si siguen en la misma línea. ¿Hasta dónde alcanzará la fuerza de López Obrador?

Comments

comments

Comments

comments